Voces

Juan Ignacio Orlievsky
6 min readMar 16, 2021

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La verdad ni idea a qué hora cenan en Italia. No es que quiera sonar engreída, pero creo que mi llamado es capaz de cerrarle el estómago al instante. No sé qué decirle primero ¿Que lo extraño? Mm… con todo lo que tengo para charlar, no sé si hace falta saturar mi discurso con semejante mentira. Levanto la cabeza, me miro al espejo y actúo un gesto de concentración que quizás me ayude a anticipar mi próximo movimiento. No funciona. Parece que mi cabeza y mi entorno se complotaron para no darme señales de aliento. Si al lado sólo tengo a Lola durmiendo como un bebé, aunque en años perrunos ya pasó a mis abuelos, y a una familia que nunca estuvo tan callada. Debe ser esa serie que les gusta ver a todos juntos en el sillón, felices y unidos, como si fuesen los Ingalls. Nunca pensé que iba a extrañar a mi procrastinación. Ella podría hacerme patear este trámite y pasar a otra cosa, como hice todo este tiempo. ¿Es realmente un trámite? Virginia diría que no, que es el esfuerzo que tengo que hacer para encontrar las piezas del pasado que me faltan. Igual soy yo la que siente que tiene que pagar por algo sin saber bien por qué, no mi psicóloga. Y si bien tengo entendido, eso es un trámite. No debería darme culpa decirle así.

Me siento de piernas cruzadas en la cama junto a la oveja canina, en una mano el celular y en la otra una cabecita esponjosa enredada, la cual todavía ni se percató de mi presencia. Al menos hizo más que mi madre, que cuando me vio subiendo la escalera sólo me dijo “Ya te dije que es un boludo, pero no me das bola”. Ella, que cuando le traje la camioneta toda sucia del boliche se comportó como un monje shaolín, ahora me vio llegando de la escuela y ni me saludó. Todo por un llamado. La que lo llama soy yo, pero esta mujer tiene tantas cosas para reclamarle que a esta altura no sé si lo que siente es enojo o envidia de mi derecho a réplica, ese que ella se cansó de pedir hace tiempo. De más está decir que suelo coincidir tanto con Laurita, que yo también llegué a pensar que quizás esta llamada es un pifie. Pero bueno, en algún momento tengo que hacer las cosas por mí misma. No entiendo por qué piensa que voy a hacer cualquiera, si yo no soy ella. Si no cuento con una lista de insultos de todo tipo para mandarle a él.

Pasaron quince minutos y yo sigo recorriendo el laberinto de las dudas, con la temperatura más fría que este mismísimo aire de junio. De golpe, vibran los cimientos de mis decisiones al recibir un Whatsapp de Brenda: “Cómo te fue amiga? Ya lo llamaste?”. Cómo desearía ser ella y accionar sin pensarlo tanto. De tener esa desconexión constante con su madre que le permite hacer todo sin culpa y sin otra opinión que suene más fuerte que la suya. Voy a llamarlo, ya fue. Agarro la servilleta que mi mamá me dio con un número largo empezado por “+39” y copio todo, como si se tratara de esas contraseñas de WiFi que una tiene en la heladera, porque se niega a aprenderlas de memoria. En la longitud de esta cifra está muy bien representado el mundo inmenso que hay entre nosotros dos y la vida tan distinta que llevamos. Ni se espera mi voz del otro lado del teléfono, como un llamado del pasado, el recordatorio de un error viejo al que nunca se animó a ver de frente. Ahí está llamando, no contesta. No me sorprende, claramente se dio cuenta que tiene la característica del país al que se negó volver. ¿A ver ahí?

— ¿Hola? — dice una voz que evidencia el nerviosismo con su respiración.

— Hola. Sí, ¿Fernando?

— Sí, ¿quién habla?

Y sí, ¿cómo voy a suponer que él sepa quién habla? Ahora pensándolo bien, ¿Hablará de su personalidad que mi propio padre no sepa quien soy al escucharme? Nah, no lo veo juzgable.

— Es muy loco todo esto, pero soy Jazmin, tu hija.

— ¿Jazmín? Ay, hola. ¿Cómo andás tanto tiempo?

¿Cómo ando? Buena pregunta. No se si decirle cómo me fue hoy o hablar de todos estos años. De mi madre quejándose de las sesiones de terapia que tuvo que pagarme por una irresponsabilidad suya o del dolor de panza que me daba tener que explicar en clase cómo estaba formado mi árbol genealógico.

— Bien, acá en casa…

Ese nudo, no sé hace cuánto no lo sentía. Desconozco quién está del otro lado: si es ese chico que huyó de los hechos inesperados de su juventud o ese adulto que se muestra seguro, pero todavía guarda el miedo de mirar hacia atrás. Imposible sonar tranquila, si lo único que conozco de Fernando son los momentos en los que no estuvo. Bueno, tengo que rematar mi tono suspensivo con algo.

— Pensando qué decirte después de 17 años. Estoy un poco nerviosa.

— Yo también. Esta es una situación que siempre tuve en la cabeza. Me pasa lo mismo.

¿Siempre en su cabeza? ¿Y nunca pensó en llamarme?

— Ah, mirá, qué loco…¿Y nunca pensaste llamarme?

— Entiendo tu sorpresa, pero la verdad es que tengo miles de cosas. Me exige mucho mi familia. La vida acá es muy densa y más estos últimos años. No es fácil para cualquiera dar semejante paso.

— ¿Vos creés que para mí es fácil llamarte? Yo también soy tu familia y ni siquiera reconocés mi voz si te llamo.

No sé qué me está pasando. Nunca hablé tanto sin pensar.

— No, Jazmín. No sé qué cosas te dijo Laura de mí, pero me parece que no estás entendiendo.

— Si entiendo algo, es gracias a mi mamá, que se hizo cargo de mí todos estos años. Quedate tranquilo que entiendo.

Por unos segundos, no escucho señales de vida del otro lado, hasta que se dirige a mí con otro tono de voz. Esta vez cansado, como si ya hubiera tenido esta conversación anteriormente y estuviera conectando con ese joven inseguro por un momento.

— ¿Me llamaste solo para decirme esto?

— Te llamé porque me cansé de no saber de vos por tanto tiempo y lo primero que escucho es una voz hablando de su familia y de las cosas importantes que tiene en su cabeza. Yo en mi cabeza tengo la necesidad de conocer a mi papá, y a vos parece resbalarte. ¡Es increíble! Es increíble como mi mamá pudo describirte perfectamente todo este tiempo. No sé como no la escuché antes cuando me dijo que ni te busque.

Por fin, siento que algo salió de mí después de alojarlo por años. Debe ser la primera pelea que finalizo sintiéndome más tranquila que antes.

— Me parece que estás un poco alterada y estaría bueno conversar tranquilos ¿No te parece? Si querés te agendo y en estos días hablamos.

— No, no quiero que me llames. Borrá mi número, soy demasiado buena para vos.

Sólo cortar esa llamada es suficiente para que Lola despierte de un salto. Ahora seguramente mi casa está tan expectante como cuando traje a mi primer novio. Respiro hondo, empiezo a darme cuenta de que no sé cómo enfrentar el hecho de no haber podido enfrentarlo. ¿Que digo el jueves en terapia cuando Virginia vea que lo planificado salió para cualquier lado y descubra que todavía las piezas de mi pasado no están completas? No se si contar lo que acaba de pasar, porque siento que no logré escribir la oración que esperaba en el diario de mi vida. Nada cambió. Él sigue siendo un irresponsable como siempre y yo voy a tener que encarar la adultez sin saber qué me pasó en la infancia. Calmo a mi gran amiga peluda, anticipandome a que quizás es mejor para ella no estar presente la próxima vez que intente llamarlo. No sé cuando pasará eso. Primero tengo que esperar a que la voz de mi madre deje de hablar por mí.

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