Juan Ignacio Orlievsky
4 min readApr 13, 2021

Sanguche de palmitos

Me vi obligado a entrar por lo que, a mi parecer, era la puerta de atrás. Y lo pienso con total prejuicio, porque no se me hubiera pasado por la cabeza tener el lavarropas apenas se ingresa. Igual si tenés plata, el concepto “espacio” se vuelve muy disociativo. Como esos que se compran una pick-up solamente para trasladar al perro y que no los llene de pelos. Esta entrada era como si te viniera a recibir el Rey de España por tirar la basura. En este caso no me recibió un máximo noble, pero sí me sentía su reencarnación. Me costó una pisada de baldosa llevarme las miradas de todos los que se encontraban adentro.

¡Ay, qué impresión!

Escuché cerca de lo que parecía una muestra de esculturas milenarias en el fondo de la sala. Pasé por un espejo, y no veía nada raro en mi cara. De todas formas, todos estaban con cara de asco y miedo. Y eso que había unos sanguchitos de palmitos en medio de la mesa. También se escuchaba llantos al fondo que rompía con un silencio sepulcral. Quise ver quién era la desafortunada que estaba igual de mal que yo.

Seguí mirando para adelante, dale. Volvés a levantar la cabeza y te quemo.

Me dijo el más petiso. “Quemo”... Pensé. Había un nene vestido con un smoking XS presente y este desquiciado habla de quemar. La marca del piano de cola que había en el living fue lo último que vi antes de recibir una piña que me dejó tonto. Sé que hubieron unos escalones en el medio y después me acomodaron en una cama. Estiraba los brazos y nunca terminaba. Todo olía al sector perfumería de una farmacia y el ambiente armonioso se estropeaba con el petiso llorando. Que flojo.

¿Qué estamos haciendo Simón? Esto es una locura.

Todo era confusión. El otro vuelve con un traje de una mano y una foto de la otra. Mira la foto, mira el traje y me mira.

Dejá de llorar y apurate que no tenemos tiempo.

Le dice como si fuera un hermano mayor levantándo al más chico para ir a la escuela. Eso… Son hermanos. No es que sean parecidos, pero hay una química que se puede dar a entender solamente entre personas con ese parentesco. El petiso hace caso sin chistar y veo que agarra dos cajas de zapatos. Las evalúa en la mente, vaya a saber uno con qué cálculo y las deja entre mí y el arma que portaba anteriormente. “¡El arma!”, pienso. Y quiero agarrarla rápido (o quizás lento porque todavía sentía el piñón en la cara). El mayor la toma antes...casi.

Dale… no compliquemos esto. Además tenés que estar impecable para la cena. Con un tiro en la frente esto no te sirve ni a mí ni a vos. Y tratá de arreglarte eso que te quedó en la cara que vamos a preferir mandar al muerto antes que a vos.

Por la puerta sale una cabellera colorada. La cara le imitaba el tono cromático, seguramente por alguna copa de más tomada en esa junta rara que no pude descifrar. Todo parecía una obra de teatro de la cual no quería ser parte.

Sabés de qué me di cuenta…

Dice entre el miedo y la ebriedad.

Para sacarle la ropa a Fabricio vamos a tener que traerlo acá.

No vamos a dejar en bolas a un cadáver. Debe tener un montón de trajes así.

El colorado me mira fijo. Como si por mi culpa, se hubiera olvidado lo que iba a decir. Pestañea lento, tratando de entender la situación, que claramente va más rápido que él.

Que locura boludo, es igual.

Varias personas se agrupan detrás suyo, forzando a los de mi lado a que tengan que cerrar la puerta. El silencio predominó más abajo, sin esa sensación tensa. Siento que pasó el tiempo rápido y estamos en otro día. Un poco por el shock también, no voy a mentir. Me suelo hacer el fuerte pero este caso me está sorprendiendo cada día más.
Entra otro con un sanguche de miga, dando a entender que lo contactaron por celular. Ahora falta que el petiso además de llorón, mande a otros a buscar comida. Abre el sanguche en dos, y me mancha arriba del golpe con salsa golf. Psicopata.

Cuando te avise, limpiate esto con una servilleta. Antes no ¿Me escuchaste?

Sí, pero me hice el desentendido. Escucho movimientos, todos se paran a la vez. El más grande me sube desde abajo de los brazos y me habla al oído a medida que me hace bajar, todavía con el arma.

Ahora va a llegar tu madre, una señora con problemas de memoria, vista y de corazón. Causarle un disgusto es lo único que queremos evitar, al igual de que nos cagues todo. ¿Entendiste? Necesita saber que está todo bien y que no se preocupe por nada. Vos perdiste el celular y no pudiste contestarle ninguno de los 144 mensajes que te dejó. “Si má, todo bien. El celular está roto” Nada más. En media hora estás de vuelta en la plaza y esto no pasó. Ahora hacé caso.

Me siento en la cabecera de una mesa inmensa, al punto de no poder verle la cara a mi supuesta esposa. Ahora tengo dos hijos que se comportan como robots, sin emociones. Uno pierde un poco el eje y me mira con miedo. La madre le chista y vuelve a su posición.
Patitas de pollo con puré, que hijos de puta. El petiso me hace el gesto de la servilleta, miro para el frente y ahí llegó.

¡Fabricio! Acá estás hijo, preocupadisima me encontraba.