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Juan Ignacio Orlievsky
4 min readMar 16, 2021

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El otro día me acordé de vos y me quedé con ganas de decírtelo. En realidad, siempre fue así. Pero no se me ocurrió una mejor manera de por fin llamar tu atención. Igual no me aseguro nada, si nunca fue característica tuya frenar para ver tu entorno. Era el mundo quien pasaba a tu alrededor y que, al mezclarse con tus kilómetros recorridos, dieron resultado a la experiencia que le demostraste a cada persona que te cruzó. Las envidio.

Te escribo porque me sentí solo. Y aunque me caractericé siempre por salir a comer sin sacarme los auriculares, a veces el corazón me pide mendigar un poco de compañía. El otro día me robaron y nadie se preocupó por asistirme. Ahí recordé la vez que con mamá me ayudaron a levantarme cuando me raspé aprendiendo a andar en bici y me puse a llorar. No por el robo, no por la bici, sino por que no te encontré. Me parece injusto que ninguno de los que se consideró tu familia se guarde un día, un solo momento para recordar todo lo que hiciste por nosotros. Decidieron reemplazarte. Si algo aprendí de las ausencias, es que todo puede cambiarse por otra cosa y por eso soy de los que suelta fácil. Pero esta carta creo que me está contradiciendo. Por suerte sé que no vas a leerla.

Te escribo porque todo me recuerda a vos. Hasta ese álbum de Los Beatles que reproducías apenas terminábamos de escucharlo y que siempre tenías a mano. Esa lista de canciones que estaban para recordarme que, solo estando con vos, ya me encontraba en buen lugar y que esa sensación podían extenderla hasta ahora. En formato casete, porque te gustaba enseñar que ser avanzado no era tener la última tecnología, sino poder adelantarse en el tiempo logrando que cada uno te tenga presente cuando quiera, como si fuera un poder mágico que desafíe la lógica. Estás en cada perfume barato que huelo, como el que usabas cuando te sentías limpio. En cada hamburguesa con queso, como la que comíamos juntos, aunque yo no llegaba a la mitad sin estar lleno. Nada termina de estar fuera del alcance de los recuerdos que te mencionan, porque vos fuiste todo.

Te escribo porque envidio tu fuerza, al nivel de marcar con la actitud antes que la apariencia. Envidio que puedas estar tanto en la mente de alguien sin darte cuenta. De no tener conciencia y, por ende, dejarle todo episodio lacrimógeno a mi conciencia. Envidio tu seguridad, a pesar de llevar encima algunos engranajes que tu recorrido vital fue aflojando. La seguridad es lo que uno deja de cada uno está en otros lados. Gracias por enseñármelo

Te escribo porque no sé por donde expresar la absurda nostalgia por un Fiat Uno modelo 97 que literalmente ya le perdí el rastro, pero que si me cruzo lo reconoceré al instante. No solo por su patente, sino por su seguridad al andar. Porque nadie me va a creer que lo que más extraño de los días de verano era estar sumergido en tu calor acumulado en un estacionamiento por horas o esa bocina que me hacía sentir poderoso cada vez que la apretaba. Porque si algo trasmitías, era poder. El poder de sentir que estaba en buenas manos y el que le diste a mamá ayudándola a manejar sola por primera vez. Y escaparse, sin esta segura de a dónde, pero sabiendo que lejos de la rutina de cada día para sentarse en una mesa de McDonald’s conmigo y volver cuando ella quiera. El poder de hacer de nuestras salidas, las más lejanas de la realidad posible y lo más cercanas a lo que importa.

No es para desmerecerte, pero creo que te escribo porque me cuesta revolver el pasado sin encontrar una excusa específica para hacerlo. Te escribo porque extraño lo que representás, porque hoy en día nada de eso está a mi alcance. Te escribo porque siento que te estás llevando encima cada cosa que guardabas entre tus tres puertas. Porque tengo miedo de empezar a olvidarme cosas adentro tuyo y de que, en medio de la cotidianeidad, me dé cuenta que en el bolsillo me falta algo. Te escribo porque cada tanto quiero volver a ser ese niño que lo llevaban donde quisiera sin necesidad de preguntárselo. Te escribo porque caprichosamente te quiero siempre estacionado en doble fila, con las balizas puestas y el seguro levantado en cada situación que me sienta solo y la inseguridad me coma sin saber qué hacer.

Te escribo porque me di cuenta que lo más cálido que encuentro en mis recuerdos es proporcional a la lejanía temporal en la que estoy. Y que el elemento más me quemó fue la hebilla de tu cinturón de seguridad. Ese que negaba ponerme de chico y que hoy necesito que me abrace más fuerte que nunca.

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